Exposiciones
2018-2
La exhibición Amorfo de la artista emergente Donie Donie, es una invitación a un viaje hacia la profundidad, la angustia, la sombra. Sus piezas tienen como hilo conductor el símbolo de los dientes, una imagen llena de connotaciones ominosas, terribles y crudas. La artista trabaja con técnicas mixtas; el papel de la cerámica y la tridimensionalidad le dan una enorme fuerza expresiva a las obras que son como el storyboard de una extraordinaria, inquietante y aterradora película.
Un gran logro de la creadora es la congruencia entre los materiales, las técnicas y los temas que explora de una manera sistemática a través de su proyecto. Se nota el dominio de su quehacer artístico que acompaña a una agudísima curiosidad y capacidad de investigación. Los trabajos comunican una experiencia personal: la vivencia de la angustia y la ansiedad que se expresan a través del soma, de un cuerpo que se come a sí mismo, la antropofagia, la automutilación, el crecimiento anormal y desmesurado de los tejidos en forma de tumores que invaden el organismo. Estas son metáforas precisas de un estado existencial en que el silencio, la represión, el miedo, son incomunicables por los canales usuales de las palabras. Donie Donie ha creado un universo imaginario que recuerda un poco a las creaturas de Guillermo del Toro, monstruos llenos de ternura, una crueldad que usa colores suaves como el rosa y el blanco para hablar de las deformidades del alma, de los terrores nocturnos que es mejor no nombrar. Su obra nos hace recordar una escena en El inquilino, obra maestra de terror psicológico de Polansky, en donde el personaje principal, víctima de un apartamento que empuja a sus habitantes a la locura y el suicidio, descubre al hacer un agujero en una pared, un diente que ha sido emparedado tiempo atrás por un habitante anterior. Un diente blanco y pequeño pero de un poder increíble para hablar de la muerte y su avasalladora presencia. Así es esta exhibición que camina entre la suavidad y la crueldad sin censura y que nos mueve hasta los huesos, hasta los dientes, lo único que queda después de la putrefacción y el ser descarnado. La blancura deslumbrante de lo que somos por dentro. Por Lídice Figueroa Lewis